Viajar en ómnibus entre Rosario y Buenos Aires, históricamente uno de los trayectos más dinámicos y demandados de la Argentina, se ha transformado en los últimos meses en un foco de conflicto constante. Lo que antes era un trayecto previsible de cuatro horas hoy se percibe como una "odisea" para miles de usuarios que denuncian un combo crítico: unidades con fallas mecánicas, falta de higiene y un incumplimiento sistemático de los horarios.
Unidades rotas y pasajeros varados: el drama en la ruta
La degradación del servicio no es solo una percepción subjetiva, sino que se traduce en hechos concretos que afectan la vida diaria de los trabajadores y estudiantes que dependen de este transporte. Uno de los casos más recientes y resonantes fue el de Celina, una pasajera que el pasado 5 de diciembre intentó viajar hacia la terminal de Pacheco con la empresa El Rosarino.
El servicio, que debió partir a las 14:10, salió con casi una hora de retraso y con el aire acondicionado fuera de servicio. La situación escaló cuando la unidad sufrió una rotura mecánica en San Nicolás. “Los pasajeros estuvimos tres horas varados sin información, soportando 40 grados de calor en un parador sin agua en los baños y sin asistencia real”, relató la damnificada a los medios locales. Tras cuatro horas de espera, Celina debió cancelar su viaje y regresar a Rosario en otra unidad, perdiendo su jornada laboral.
La respuesta corporativa ante estas contingencias también es motivo de queja. En lugar de un reintegro, la empresa ofreció un código de descuento del 25% con múltiples restricciones de fechas. “No atendieron el teléfono y no me devolvieron lo que pagué”, denunció la usuaria, reflejando la desprotección que sienten los pasajeros ante el incumplimiento de los contratos de transporte.
El impacto de la desregulación y la falta de controles
Desde noviembre de 2024, el transporte de larga distancia opera bajo un nuevo marco normativo dispuesto por el Gobierno Nacional. Esta desregulación buscaba fomentar la competencia y simplificar trámites, otorgando libertad a las empresas para definir tarifas, recorridos y horarios. Sin embargo, en la práctica, los usuarios señalan que esta libertad se tradujo en una caída de la calidad.
Anteriormente, los servicios directos unían ambas ciudades en cuatro horas. Hoy, la mayoría de los servicios ingresan a las terminales de San Nicolás y San Pedro, sumando paradas intermedias en el Gran Buenos Aires que estiran el viaje a casi seis horas. A esto se suma la denuncia por la antigüedad del parque automotor. “La CNRT ya no controla; te toca un micro de más de 20 años cuando se supone que con más de diez no pueden salir a la ruta”, advirtió un usuario en redes sociales.
Quejas masivas por falta de higiene y seguridad
En plataformas como X (antes Twitter), los testimonios se multiplican diariamente, pintando un panorama de abandono estructural:
Higiene deficiente: Usuarios reportan restos de residuos de pasajeros anteriores y malos olores en las unidades.
Fallas de infraestructura: Butacas quebradas, techos rotos y equipos de climatización que no funcionan bajo temperaturas extremas.
Inseguridad operativa: “Ayer viajé con Urquiza, se rompió en Zárate bloqueando el peaje y no podíamos bajar ni sacar el equipaje”, relató otra pasajera afectada.
El malestar social crece al ritmo de las tarifas. Los pasajeros aseguran que el costo del pasaje no se condice con la prestación recibida. “Viajamos como en la India y pagamos como en Europa”, sintetizó una de las tantas voces que reclaman una intervención urgente de los organismos de control para garantizar estándares mínimos de seguridad y confort en una ruta vital para la conectividad del país.
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