Una simple llamada al 911 inició una de las investigaciones policiales más impactantes de los últims tiempos en la Ciudad de Buenos Aires, resolviendo un caso que permaneció en la oscuridad durante 41 años. Todo comenzó con la inquietud de un vecino que, observando una obra en construcción, vio cómo los trabajadores extraían lo que parecían ser huesos humanos del terreno.
La voz al otro lado de la línea del 911, el 20 de mayo, poco después de las 14, preguntaba con urgencia: “¿Qué se hace cuando uno está excavando y encuentra restos humanos?” Este llamado, que apenas duró dos minutos y medio, alertó a las autoridades sobre el hallazgo. El vecino, desde su ventana, pudo ver un cráneo y otros huesos, temiendo que los obreros los descartaran para no atrasar la construcción.
La policía se dirigió de inmediato a la propiedad de la avenida Congreso al 3700, donde se construye un edificio de diez pisos en el mismo terreno donde alguna vez vivió Gustavo Cerati. Al llegar, el capataz les contó que había encontrado los huesos mientras excavaban. El hallazgo provocó que el arquitecto se pusiera en contacto con los vecinos del 3742, ya que los restos habían aparecido del lado de la medianera de esa propiedad.
La aparición de un sospechoso
En la casa lindera, la dueña, que tenía la vivienda en Buenos Aires, estaba siendo cuidada por su hija, Ingrid Cristina Graf, quien sugirió que los huesos podrían pertenecer a una iglesia antigua de la zona. Su hermano, Cristian Graf, el principal sospechoso del caso, propuso otras hipótesis, como una vieja caballeriza o tierra nivelada que habían traído al jardín. Sin embargo, los obreros dudaron de esa versión. Un detalle de la obra llamó la atención: Graf le había dicho a los constructores que tuvieran cuidado “con el bananero”, un árbol ubicado justo donde se encontró la tumba.
Un albañil, Rolando Medina Rodas, declaró que “lo noté inquieto” cuando comenzaron a excavar cerca de donde estaban los huesos. Agregó que el sospechoso se sentó en una silla y los observaba “fijo” mientras trabajaban en la medianera. Los forenses del Equipo Argentino de Antropología Forense confirmaron que los restos estaban enterrados por completo dentro de la casa del 3742.
En aquella época, esa vivienda era de Cristian Graf, quien fue compañero de escuela de Diego Fernández. Junto a los restos, los expertos encontraron elementos cruciales para la investigación: un reloj Casio con calculadora fabricado en 1982, un llavero naranja con una llave, un corbatín de colegio, una moneda de 5 yenes y la suela de un calzado talle 41. La familia de Diego reconoció de inmediato estos objetos, lo que llevó a que el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmara, tras un análisis genético, que los restos óseos pertenecían a Diego Fernández Lima, el joven que había desaparecido en 1984.
Hoy, con 58 años, Cristian Graf es el principal sospechoso de la causa. Aunque no era un amigo cercano a la víctima, compartían la afición por las motos, ya que Diego tenía una y Graf solía repararlas. La Fiscalía sospecha que Diego fue asesinado y sepultado en ese mismo lugar, a solo 800 metros del lugar donde un testigo lo vio con vida por última vez. La reacción de Graf ante el hallazgo fue clave para que el fiscal Martín López Perrando solicitara su declaración indagatoria por encubrimiento agravado y sustracción de evidencias, dado que el delito de homicidio habría prescripto.
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