Horacio Zeballos, el número uno detrás de las luces: los detalles del ascenso a la cima

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Escasas veces una nota periodística envejeció de manera tan veloz como la que publicó este diario el 16 de abril pasado, poco más de dos semanas atrás. Horacio Zeballos había recuperado su mejor puesto en el ranking mundial de dobles: había escalado hasta la tercera posición. “El ajedrecista que volvió a lo más alto”, se titulaba el texto.

Ubicado sólo por debajo del australiano Matthew Ebden (36 años) y el indio Rohan Bopanna (44), el marplatense le contaba a este medio: “Creo que la única manera es seguir motivado, buscando objetivos y tratando de ser todos los días un poco mejor. Si uno tiene esa motivación y ese gustito por dar lo mejor de uno se va a mantener activo y con posibilidades de triunfar. Quiero seguir escalando”.

Escaló tanto, en efecto, que aquella publicación terminó de evaporarse en cuestión de días: Zeballos se convertirá, desde el próximo lunes, en el número uno del mundo en el ranking de dobles masculino, en dupla con su compañero español Marcel Granollers –el logro quedó plasmado tras el triunfo ante los polacos Hugo Nys y Jan Zielinski en cuartos de final del Masters 1000 de Madrid–. Su motor se alimenta del mismo empuje que tuvo desde que tomó su primera raqueta, cuando tenía apenas cuatro años: ahora, con 39, aquel chico formado en el Edison Lawn Tenis de Mar del Plata, de la mano de su padre Horacio, alcanzó la cima.

“Esto es la punta del iceberg, pero venimos trabajando hace años. Hace 35 años cuando agarraba mi primera raqueta; hace 25 años, cuando bajo frías mañanas de invierno en el Edison hacíamos 120 saques por día con mi viejo y mi vieja juntaba las pelotas”, rememoró después de concretar un logro que sólo tres argentinos pudieron conseguir antes en el tenis profesional: Paola Suárez (dobles femenino; 2002), Gisela Dulko (dobles femenino; 2010) y Gustavo Fernández (tenis adaptado; 2017).

En la punta del iceberg, allí donde alumbran las luces, se lo puede ver a Zeballos sentado en la cúspide del mundo. No tiene más tenistas por encima de sí. Detrás de la claridad, sin embargo, se esconde un proceso que, hay que decirlo, el propio zurdo jamás olvida. La génesis del extenso camino que lo llevó a lo más alto permanece intacta en sus raqueteros, en cada viaje, en cada logro.

Forjar una obra de arte

“Todo empezó cuando éramos chiquitos”. El mensaje contuvo, en poquísimos vocablos, toda una historia de vida. Fue el propio Zeballos, horas después de haber concretado lo que tanto soñó, quien escribió aquellas palabras en un pequeño grupo de WhatsApp que comparte con amigos de los inicios en el Edison. Amigos de toda la vida, por cierto.

“Fue muy fuerte para nosotros; cuando lo vi no lo podía creer”, contó Carlos Cobos, formado en el Edison junto con Zeballos. Actual director de alto rendimiento en GAC –Atlanta–, entrenador de la universitaria argentina Melanie Krywoj y parte del equipo de trabajo de Lourdes Carlé (82ª del ranking WTA; 2ª de Argentina), el marplatense creció y se formó al lado del nuevo número uno del mundo –es tres años mayor– y conoce al detalle las claves de la explosión de “Horacito”, como lo llaman en su ciudad natal.

“Recuerdo perfectamente a Horacito en el club, con cuatro años, cuando la raqueta era más grande que él; incluso hay fotos. El mérito que tiene su papá es muy grande. Por la cantidad de horas que dedicaba: con sus charlas y con su poder de convencimiento podía demostrarles a Horacito y a los otros de que el tenis no sólo era pasarla para el otro lado y meter pelotas, sino aprender todos los tiros. Por eso Horacito aprendió a la perfección a jugar en la base, pero también en la red; pasábamos mucho tiempo con voleas, los saques. Horacio (padre) llegó a derrumbar dos canchas de pádel para poner una cancha de cemento y seguir nuestro desarrollo y el de Horacio en un juego completo”, precisó el coach respecto de Horacio padre, formador, entrenador y fundador del club en 1984.

Aprender todos los tiros pronunció el oficio de Zeballos para jugar dobles, una modalidad más dinámica, con mayor exigencia de reflejos y, en muchos casos, con otro tipo de variantes. Cobos fue testigo vivencial de su trabajo: “Llegaba al club y veía que Horacio trabajaba un solo tiro con Horacito durante media hora. Un tiro. Eso le iba a servir para un futuro. Fue como una obra de arte que Horacio padre hizo en su hijo: lo convenció de que el tenis no sólo se jugaba desde el fondo de la cancha sino que también eran la transición, las voleas, los lujos, el espectáculo”.

“Estoy bloqueado por la emoción; es como si yo fuera el número uno”, se sinceró Marcelo Frontera, su mejor amigo, ex profe del Edison y actual entrenador de la escuela Mardeltennis, al sur de la ciudad. El recuerdo le resulta palpable: “Hoy me contó que, antes de salir a la cancha, recordó las horas que pasaba en el frontón, cuando hacía saques con el viejo en pleno invierno y todo el sacrificio que tuvo que hacer para llegar a lo más alto. Fue duro; lo viví a su lado a flor de piel. Llegó a dejar el tenis; no pisó el club por tres semanas. Después volvió y apareció su primer sponsor”.


Corría mayo de 2006. Zeballos tenía 21 años, arrastraba algunos malos resultados en el circuot Future –primera línea de torneos profesionales– y sentía un bajón anímico. “Pienso en dejar el tenis, no lo estoy disfrutando”, le deslizó a su padre, cuya respuesta ofreció dos alternativas: estudiar una carrera universitaria o trabajar como su mano derecha en el club.

Horacito, sin dudarlo, escogió la segunda y, al otro día, fue a ver cómo se trabajaba. Pero un guiño salvó su carrera: el día estaba feo, volaba polvo de ladrillo por todos lados y el zurdo se escapó a la cancha de cemento a jugar al fútbol con los otros chicos del club. Horas después su padre le preguntó: “¿Empezamos mañana?”. Y el joven Horacio soltó: “Mejor pruebo un poco más con el tenis”.

El clic emocional disparó su carrera. Días después de aquel “retiro” de unas horas, viajó a Santa Fe y ganó su primer torneo profesional. Despojado de la presión, dos semanas después volvió a festejar en un Future en Mendoza. Aquella jugada del azar posibilitó que Zeballos construyera una trayectoria como singlista que tuvo como punto máximo su único título ATP en Viña del Mar, en 2013, tras derrotar en la final nada menos que a Rafael Nadal. En dobles, sin embargo, logró mucho más que todo lo que pudo haber soñado.

El oficio de doblista

El talento del flamante número uno del mundo tiene sustento en sus orígenes, con aquel juego integral que impulsó Horacio padre para pulir todas sus herramientas. Más allá de los entrenamientos, el frontón y de la repetición exhaustiva de cada tiro para corregir la mecánica y la técnica, Horacito trabajaba de manera diferencial, con ejercicios de otra matriz.

Su padre, quien llegó a jugar con Guillermo Vilas –lo hizo dos veces: una en juniors en el BALTC y otra en el Torneo Austral de Bahía Blanca, que era internacional–, le sacaba desde el cuadrado de saque para entrenarle los reflejos, una cualidad sustancial en el tenis por por duplas. Había otra prueba del “mini tenis” que el doblista practicaba incluso cuando ya jugaba a un nivel muy alto: hacía partidos en los dos cuadrados de saque, no podía volear y sólo tenía permitido utilizar drop shots y slice.

Como un orfebre, su intención era hacerlo correr y pulir sus reacciones: “Él jugaba en los dos cuadrados y yo sólo en uno, con mucha ventaja; era para entrenar la sensibilidad y los toques”. Tanto le gustaba el doble que en 1997 el pequeño Horacio aceptó una propuesta para jugar, con apenas 12 años, dos torneos de primera junto a su padre, en el Tenis Club Mar del Plata y en el Náutico. No salieron campeones, aunque sí ganaron varios partidos.

Zeballos, con 12 años, en dupla con su padre en un torneo de primera.

El ajedrez, clave para la entereza mental

Zeballos tiene una devoción muy particular por otro deporte que le genera dividendos en el tenis: el ajedrez. Aprendió a jugar con su padre en el club y le saca el provecho para ejercitar la parte mental en medio de los torneos. “El tenis es mi prioridad pero soy un loco del ajedrez y es una pasión. Soy malo, eh, pero lo disfruto y trato de jugar partidas rápidas para que se asimile al formato de dobles, en el que hay que resolver situaciones en muy poco tiempo”, explicó años atrás.

El zurdo no sólo juega al deporte del tablero de manera presencial, sino que suele hacerlo en una plataforma de internet que conecta a gente de todo el mundo y en la que, al parecer, tiene un muy buen ranking de aceptación para los torneos. Alguna vez incluso tuvo que poner un freno porque, si bien el ajedrez es un deporte que ejercita la fortaleza emocional y la capacidad pensativa, también genera cierta fatiga en la parte mental. El oficio del doblista número uno del mundo, está claro, no surgió de la nada.

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Fuente : Pagina 12
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